martes, 23 de octubre de 2012

ES LA ESPERANZA, MIGUEL LOPEZ VERDEJO ( HUELVA IMFORMACIÓN)

La mañana del jueves 18 vio abrirse las puertas de la Iglesia de Santa María de la Esperanza para que, después de siete meses, podamos contemplar la imagen titular de la cofradía de San Francisco felizmente restaurada. Este período ha parecido toda una eternidad para los innumerables devotos que diariamente se acercan a rezar ante sus plantas, y la estampa de su camarín ocupado por el simpecado es ya un recuerdo. Ya está aquí la Virgen. 

Ese jueves fue, por tanto, un día de enorme alegría para todos los hermanos de la corporación marinera y devotos, pero, lamentablemente, el espíritu que yo respiré en mi visita al templo no fue precisamente ese. Según parece, una vez más (hace años que dejó ser posible contarlas), las tan traídas y llevadas redes sociales han sido el escenario para una serie de desencuentros, por usar un término sutil, en los que los malos modos y la ausencia de todo respeto y educación han sido la tónica. Un día más en el que uno se alegra por no participar en nada de esto, y me importa muy poco que me tilden de retrógrado o algo parecido. Esto de poder insultar desde tu casa sin que nadie sepa quién eres es una tentación (parece que) demasiado grande para una gran mayoría que, en aras de un concepto equivocado de libertad de expresión y del diálogo (sin comentarios) se acusan de lo que sea a cualquier precio. 

Hasta ahora, en la cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de la Esperanza se han usado muchos ámbitos para la discordia: las cuentas, los costaleros, la banda, el mismo templo y su ornamentación, los bordados, y un largo etcétera de lo que creo que podemos hablar con argumentos, pero también con respeto. Los titulares siempre han estado por encima de estas disputas, pero el jueves vi con gran pesar que tampoco es así: ahora hemos puesto a la Santísima Virgen en la arena de nuestros humanos conflictos y se ha convertido en un argumento más para justificar lo buenos o malos que somos. 

¿Y esto de dónde parte? La imagen acaba de llegar de un taller en el que ha sido sometida a una restauración. No hay que olvidar que en sus años de existencia (data de 1939) ha sufrido excesivos vaivenes y, como otras obras de aquellos años que se colocaban en los altares tras la Semana Santa y poco o nada se preocupaban de ellas hasta la cuaresma siguiente, ha sido objeto de alguna intervención mínima y de dudosa cualificación, de manera que el paso de los años nos ha legado una imagen que necesitaba un trabajo de estas características. 

Vamos a hablar más claro: todos los hermanos sabíamos perfectamente que el color moreno de la imagen no se debía a que Gómez del Castillo la concibiera así, ni muchísimo menos: la moda de hacer cristos y vírgenes con encarnaduras oscuras es muy reciente. La prueba la tenemos en la cantidad de imágenes que se están restaurando en Sevilla por talleres de este nivel, en las que vemos cómo regresan del mismo modo que la Virgen de la Esperanza lo ha hecho. No me tengo por adivino ni por más inteligente que nadie, pero hace siete meses yo sabía perfectamente lo que iba a ver el pasado jueves: la imagen limpia y con las pestañas bien colocadas. Lo que le falta a la imagen es precisamente lo que evita que esté limpia, y a eso, que yo sepa, no se le rinde culto. 

Otra cosa que me sorprende sobremanera es cómo se está poniendo en tela de juicio el trabajo del taller de restauración Nuestra Señora de la Almudena del Arzobispado de Madrid, regentado nada menos que por D. Raimundo Cruz Solís y Dª. Isabel Poza. Me parece que estos nombres tienen el suficiente peso como para no cuestionar nada en absoluto. Es más: no se me ocurre un nombre en España que ofrezca más garantías que los citados. 

Creo que está fuera de toda duda que la intervención de estos profesionales se ha limitado a la limpieza de lo que se ve. Del mismo modo, se ha rectificado con el nuevo candelero la altura de la talla devolviéndole así el tamaño original. Esto se debe a que durante la estancia en la Iglesia de San Francisco, la estructura interna fue recortada para que la imagen entrara de mejor modo en su hornacina, lo cual visto con los ojos de hoy nos parece una barbaridad (de hecho lo es) pero así fue. Este es el motivo de que hoy la veamos perfectamente proporcionada tal y como la concibió su autor, pero, insisto, la única modificación ha sido la altura, y para devolverla a su estado original. 

Los detalles más característicos de la imagen, en cuanto a talla se refiere (las comisuras de los labios, la papada y la barbilla, bajo mi punto de vista), son exactamente como antes, pero, al estar la imagen más clara, aún nos cuesta hacernos a su volumen y proporciones debido a que los claroscuros que aportaba la suciedad existente ya no están. 

El último aspecto que más choca es la mirada, debido a la recolocación de las pestañas, ya que posiblemente se trataba de la labor más dificultosa. De hecho, este menester le ha llevado a los restauradores una cantidad ingente de tiempo puesto que un error mínimo puede cambiar toda la expresión resultante. Una ojeada a las estampas más antiguas nos convencerá de la calidad del resultado. 

Me parece que todo lo dicho es poco discutible, y, sin embargo, según me cuentan, hay muchos devotos (y no devotos) de la Virgen que no están tan satisfechos como cabría esperar, o por lo menos como lo estoy yo. Resulta que se ha mandado la imagen a D. Raimundo Cruz Solís y no nos gusta. ¿Qué queremos entonces? Lo cómodo, desde luego, es no hacer nada, eso está claro, pero miedo me da pensar qué vamos a decir cuando se plantee la restauración del Cristo de la Expiración, sobre el que aviso, por si alguien todavía no lo sabe: el color de la policromía del crucificado de Chaveli no es el que vemos. 

Resulta lamentable que se esté hablando tanto sobre la restauración en estos términos, cuando la imagen está realmente magnífica. Lo que hoy nos extraña por la costumbre de ver a la Virgen tan morena se convertirá en normalidad en cuestión de días, y no tengan ninguna duda: seguirá encandilándonos como ya lo hizo desde que llegó (precisamente como hoy la vemos) al templo de San Francisco. Además, creo que ninguna junta de gobierno se merece que nadie les amargue la satisfacción de haber permitido que Nuestra Señora de la Esperanza se conserve como merece. Y ahora, a quien no le hayan gustado mis palabras, o sencillamente no las entienda: métanse en internet, si no están ya porque es una actividad que les ocupa gran parte del día, y pónganme verde, que precisamente es el color de mi Virgen.

1 comentario:

  1. Sabias y estupendas palabras Miguel....sí señor.

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